15 septiembre 2010

Aves con nido


Hace unos días vi a mi sobrina acariciando un periquito. Ella tenía las manos llenas de alpiste y la horrenda ave comía cual niña engreída. Quedé espantada, asustada, y hasta asqueada, al ver al animal de colores parado sobre los brazos de Macarena.

Las “aves de corral” siempre me han generado miedo, temor, pavor así que no era nada extraño pensar que a Macarena le podría pasar algo. No se, quizá la avecito le picaba la mano, el brazo o en el peor de los casos la cara y hasta la podía desfigurar.

Observé por varios minutos como se divertían. Mi sobrina era feliz con el pajarraco y el animalucho ni qué decirlo parece que se sentía como en el cascarón. Mientras los miraba retrocedí hasta mi niñez y pude, por enésima vez, analizar mi miedo y es que todo empezó cuando en mi casa habían cientos de patos y pollos.

Tenía 8 años, quizá menos, quizá más, y mi abuela trajo a casa una pata y un pato que a los pocos meses se multiplicaron por 100. Al principio me gustaron los animales pero todo cambió cuando una de las patas tenía más de 20 huevos a su alrededor resquebrajándose. Me acerqué a ver qué sucedía y vi que mi papá y mi mamá tenían en sus manos una aguja punta roma con la que rompían el huevo ayudando al patito a nacer.

Vi como salían del huevo esos animales. Eran una bola de plumas ensangrentadas. Las manos de mis padres estaban rojas y hasta sus ropas tenían manchas de sangre. La cantidad de huevos impedía que ambos se den tiempo para ayudar a todos, por eso mucho de los animales salían muertos. “Lástima, demasiado tarde. Se ahogó”, decía mi padre cuando rescataba una cosa inamovible del cascarón.

Yo miraba con miedo a los que nacían muertos. Mi madre, seguramente por jugarme una broma, me ponía delante de la cara al patito muerto mientras lo cogía desde una de sus débiles alas. Yo gritaba, apretaba los ojos, le decía que se lo lleve y ella sólo soltaba carcajadas como que si lo que hacía era motivo para reírse.

No se iba. Sentía al animal muerto frente a mí. Así que salía corriendo del corral hacia la sala y ella me correteaba por toda la casa. Sus manos no sólo estaban llenas de sangre sino que también cargaban a varios patos muertos. Hacía el ademán de lanzármelos. Muchas veces logré abrir la puerta e irme a la calle y sólo así ella optaba por dejarlos y hacerme entrar sin asustarme con esas cosas asquerosas.

Recuerdo que me decía que estaban muertos y que nada me podían hacer. Pero el solo hecho de verlos mojados en sangre me hacía temblar. Sentía que me harían de todo. He crecido con ese miedo a los patos, una historia similar fue con los pollos. No sé, o quizá no lo quiero aceptar, si mi madre fue la culpable de todo esto. Lo cierto es que ahora a mis 26 años me asusta cualquier pato.

Cada vez que voy a Chincha a visitar a mi familia evito ingresar al baño pues los corrales de animales suelen estar a su costado. En otras casas, mejor dicho en la chacra, los animales están sueltos así que mejor a esos lugares no voy. Temo encontrarme con patos muertos, temo encontrar a algunos que en su desesperación por comer me piquen las piernas y es que una vez me mandaron a echarles maíz y los muy malditos y hambrientos picaron mi pantalón. Suerte que era invierno.

Esos patos jamás los comía. Cada vez que los mataban para preparar, según decían, un rico seco de pato o ceviche de pato, yo no probaba bocado alguno. Una vez lo hice y me enfermé por tres días. Le dije a mi mamá que no quería y me engañó diciéndome que no era pato que era pollo y que lo había comprado en el mercado. Mordí, mastiqué, pasé y nuevamente las carcajadas. Caí en la mentira y mi madre había logrado su objetivo: su hija comió pato. Era una niña y no podía reconocer las carnes.

Ahora ya no como pato. Ahora nadie me engaña. No como pato ni del mercado, ni del supermercado, ni del chifa. Ninguno.

Todos los adultos tenemos miedo a algo. El miedo se obtiene en la niñez y confieso que no se puede superar. Se puede controlar pero no dominar. El miedo siempre está ahí.

18 febrero 2010

Gracias por todo !!!

Llegué con ganas de hacer las cosas bien y con la ilusión de conocer mucha gente. Los primeros días fueron difíciles, no sabía quién era mi compañero de área y tampoco estaba enterada que mi trabajo diario lo tenía que realizar al lado de dos chicas que me llevaban años luz de experiencia. Algunos me miraban con cierta distancia como esperando a que me posicionara y otros apenas se dieron cuenta que había una compañera nueva.

Comenzaré por agradecer a todos aquellos que le tuvieron paciencia a mis cambios de humor y por los buenos ratos que pasamos dentro o fuera de la empresa. Aprendí mucho en estos casi cuatro años. Exploré el periodismo a mis anchas. Lo mejor que me pasó, profesionalmente, fue justamente allí, aquel lugar que abandoné hace más de un mes. Cubrir el terremoto de Pisco en agosto de 2007 es una de las mejores experiencias que llevo conmigo.

Quiero agradecer a quien fue mi jefe inmediato por nunca haberme negado un cambio de horario, un cambio de día de descanso o un cambio de vacaciones. Gracias por mandarme a realizar comisiones que, como dicen algunos, no me correspondían porque así comprendí que no sólo la sangre puede ser la noticia más importante del día. Hacer cosas diferentes me sirvió de mucho, aprendí más de lo que imaginé y, sobre todo, conocí gente con mucha experiencia y sobre todo con un gran corazón. Nuevamente, gracias por eso.

Al editor general le debo dar las gracias por su amistad y sus correcciones en las centrales. Por sentarme a su lado y decirme: "hija, debes poner la hora en que fue asesinado Marco Antonio porque es un detalle de suma importancia para las investigaciones policiales". Gracias por las gentilezas que tuviste conmigo.

Sé que cometí cosas incorrectas con las que provoqué, seguramente, miles de inconvenientes. No soy una mala persona. Simplemente, soy así. Convertirme en ciega, sorda y muda me trajo más problemas de los que quise tener y es que para evitarme malos ratos cree mi propio mundo que era mi computadora y yo. Llegaba de comisión, esperaba que me digan lo que tenía que hacer, escribía, afortunadamente, rápido y salía de aquel lugar que lo sentía cargado con cosas que no eran para mi.

Defenderé siempre mi posición. Por eso, les digo a todos que no me parece nada malo, y mucho menos tirado de los pelos, buscar nuevas oportunidades en otro lugar si te sientes incómoda donde estás. Obviamente, a tus jefes no les puedes decir eso porque te dirán que te vayas y si no tienes nada solo te queda seguir trabajando con más paciencia hasta que algo nuevo aparezca.

Gracias Rocio. Gracias Rocio. Gracias Patty. Gracias Lucho. Gracias Karry.

A ti Rocio Mendoza, que te quiero mucho, quiero pedirte disculpas si alguna vez me porté mal contigo y agradecerte los miles de consejos que me diste en el baño mientras te lloraba mis penas frente al espejo.

Rocio Sánchez, mi querida Chio, debes saber que contigo aprendí lo que es tener paciencia y te tengo que confesar algo: sólo a ti te la tengo y es que tu caridad me obligó a prometerme eso y, la verdad, no estoy arrepentida.

Patricia Agüero, Patty, ambas, creo, que tuvimos, al principio, una mala impresión de cada una de nosotras pero el tiempo demostró que estábamos equivocadas. Pasaste de ser una colega más a ser mi amiga a quien buscaba para contarle lo que me había pasado en el día. Gracias por confiar en mí, por escucharme todas las veces que quería sacarle los ojos a alguien y por decirme las inmensas ganas que tenías de descuartizar a la gente. Gracias por el apoyo con las notas, gracias por tu amistad.

Mi querido Lucho Gonzáles, más que mi amigo, mi cómplice. Ya no me tienes a tu lado torturándote para que te apures con la página 7 o rogándote para ayudar a una de mis amigas, claro tú siempre querías ayudar a una en especial. Tú fuiste una de las mejores personas que conocí ahí. Me caes bien porque vives sin ese ánimo de maletear a la gente o de clavarle un cuchillo cuando desaparece de tu lado.

Karry, te fuiste antes que yo pero hasta ahora recuerdo las conversaciones que solíamos tener. Las tardes llenas de carcajadas que me alegraban la vida y tu cólera rebalsando en cada plato que teníamos sobre la mesa. De hecho fuiste el del alma más pura de aquel lugar, pero, dicen, que a los mejores siempre los dejan ir. Quiero recordarte que tienes una casaca mía la cual espero que me la devuelvas algún día. Gracias por decirme, todos los veranos, que mi bronceado te encantaba. Gracias por eso.

De las cosas malas también aprendí y mucho más. Hay errores que nunca más los cometeré y eso me hace una mejor persona, he obtenido una madurez profesional que la necesitaba. No me gustaban, y no me gustan, las malas intenciones, los chismes, las falsas acusaciones por eso, miles de veces, las ignoraba aunque decenas de personas interpretaban mi silencio de otra forma.

A ti que nunca te caí bien, a ti que te molestaban las cosas que hacía, a ti quiero darte las gracias porque con esos gestos también aprendí y sobre todo conocí a la gente, pues no todos son como uno espera que sean: que seas feliz y saca de ti ese karma negativo.

Acá fueron muchos años de aprender, de tirar para adelante, de luchar con la camiseta puesta pero a pesar de no encontrar el equilibrio continúe dando lo mejor de mí. Ahora, con todo lo que aprendí me voy a otro lado a seguir aprendiendo porque eso me encanta. A donde vaya me pondré la camiseta porque yo sí soy camiseta.

Gracias por todo.

18 octubre 2008

Accidente fatal

Abrazadas.
Con los rostros desencajados. Los ojos los tienen aun abiertos como queriéndose mirar toda la vida. Los brazos de ella rodean toda la espalda de la criatura, aquella que tuvo que mantener durante nueve meses en su vientre cuando apenas había cumplido los quince años.

Dos de la madrugada. La avenida donde ellas reposan, hace más de una hora y media, está colmada de cientos de personas como que si lo que estamos viendo se tratase de un espectáculo más. Nadie se atreve a moverlas, ni siquiera a tocarlas. Los paramédicos llegan, las revisan y se van por donde vinieron.

A menos de 100 metros, un hombre se proclama inocente antes de que alguien intente acusarlo. Se jala los cabellos, se muerde las uñas. Camina de un lado a otro como queriendo escapar. No atina a nada. Sólo dice que él no tuvo la culpa. Que fueron ellas las que no se percataron de su llegada.

La policía se hace presente. Levanta los cuerpos y los sube como cualquier costal de papas a la tolva de la camioneta en la que llegaron, según ellos, en tiempo récord. Preguntan por aquel hombre que no deja ni un solo instante de temblar y es ahí cuando los fisgones lo hacen responsable de tamaña tragedia.

En la otra acera un joven grita desesperado que lo dejen pasar. Clama ayuda para poder ver los rostros de las víctimas que fueron arrolladas por un pesado camión que llevaba decenas de toneladas de bentonita (brea) a un depósito del distrito de Ventanilla. Nadie lo escuchaba. Nadie le prestó atención hasta que, en medio de su exasperación, gritó que esa mujer de apenas 19 años era su esposa y que la pequeña de dos años era su hija. Los mirones abrieron paso. Se acercó al patrullero y abrazó fuertemente a los dos cuerpos gritándoles y preguntándoles el por qué lo habían abandonado, el por qué no se dieron cuenta de que venía un camión conducido por un loco.

Los policías lo jalaron como a una liga. Su cuerpo ya no tenía fuerzas para mantenerse de pie. Alguna misericordiosa mujer se acercó y casi casi lo obligó a ponerse sobre la nariz un pedazo de algodón empapado con alcohol. Sólo así pudo brindar los nombres completos de las dos mujeres que hasta ese día alumbraban su vida.

Diana Maribel Mazzi Bojorquez (19) y Diana Beatriz Villarruel Mazzi (2) son las que están muertas ahí. No sólo a ellas las mataste. Debes saber que mi esposa estaba embarazada, tenía dos meses y esperábamos con muchas ansias la llegada de un varoncito a mi hogar, gritó con la voz entrecortada, pero con mucha cólera, Augusto Villarruel a la cara del conductor del tráiler Oswaldo Mallco Huaman (31).

Perdóname. Juro que jamás quise hacerlo. Juro que no las vi. Intenté fugarme pero entiende que fue mi primera reacción. Aceptaré el castigo de la ley y de la sociedad. La muerte de estas personas caerá sobre mí para siempre. Toda mi vida las llevaré, contestó el nervioso e ido chofer.
Al día siguiente Augusto Villarruel enterró a las que eran la luz de su vida. Hasta ahora sigue esperando que la justicia castigue al culpable de la muerte de su esposa, de su hija y del niño que aun estaba en el vientre de su madre.

23 agosto 2008

Primer viaje

Cuando me invitaron ir a Buenos Aires no lo dudé. Acepté de inmediato sabiendo que el viaje era netamente para y por trabajo. Nunca antes había salido de mi país. Nunca antes había traspasado las fronteras. Nunca antes había utilizado mi pasaporte. Nunca antes había renegado tanto en el control de los aeropuertos.

Los argentinos y argentinas resultaron ser personas muy amables y hasta cariñosas. Ellos, al igual que nosotros los peruanos, tratan "bien" a los turistas. Les cobran todo lo que no pueden sacarle a un compatriota suyo. Recuerdo, con muy poco cariño, a un taxista que me llevó desde el barrio de La Boca hasta Puerto Madero por 36 pesos los cuales pagué sin ningún problema porque no sabía exactamente la distancia que separaba a ambos lugares. Cuando terminé mi labor periodística (que luego contaré) abordé un nuevo taxi y le pedí que me lleve de regreso a La Boca. Llegué y ¡oh sorpresa!, el taxímetro marcaba la suma de 12 pesos, lo cual quiere decir que el hijo de puta que me cobró 36 pesos me robó dos billetes de 10 pesos y 4 monedas de un peso. ¡Viveza argentina!

Salí de casa con la única misión de realizar una buena nota sobre el conocido barrio Caminito pues muy pronto el Callao contará con el suyo y, aseguran, que no tendrá nada que envidiarle al original. Salí de Lima con miles de temas por trabajar y es que nadie se imaginó que otro medio de comunicación viajaba a Buenos Aires en busca de las peruanas que participan en el concurso Latin American Idol. Así que antes de abordar el avión sonó mi celular y el máximo jefe me encargó realizar una nota con Nicole y Sandra, chicas que aceptaron complacidas ser entrevistadas.

Y la suerte continuaba, fiel a mi compañía. En Caminito encontré nada más que al mismísimo presidente de Ecuador Rafael Correa acompañado de su esposa e hija. La familia presidencial estaba escoltada por más de 20 hombres de seguridad que vigilaban sigilosamente cada uno de sus pasos. Llegué justo cuando el mandatario abordaba su vehículo para dirigirse a Puerto Madero así que no me quedó otra que subir a un taxi (cuyo conductor me robó) y enrumbar hacia su próxima parada.

Al llegar le pregunté a uno de los miembros de seguridad si podía conversar menos de un minuto con el presidente y, como era de esperarse, me dijo rotundamente que no. Así que ni modo. Utilizaré otra fórmula, pensé y apliqué. Caminé muy pegada a uno de los de seguridad y dije, con la voz un poco alta: Presidente como está soy fulana de tal del diario tal cual de Lima Perú (!!!). Me miró. Sonrió. Le estiré la mano en gesto de saludo al cual correspondió de manera cortés. Cuatro preguntas fueron suficientes para que envíe un saludo a todos los peruanos y resalte la buena relación que tiene con Alan García. Para qué más, me dije.

Argentina tiene a San Telmo y el Perú a Barranco. Es un barrio donde su historia, la tragedia, el humor y la nostalgia se encuentran dentro de cada uno de sus rincones. Al igual que el distrito limeño, San Telmo ha servido de inspiración para miles de artistas. Y es que una copa de vino en San Telmo sabe diferente a una copa de vino en cualquier lugar de Buenos Aires. Y las carnes ni qué decir.

Regresé de Argentina con la promesa de volver, pero esta vez contigo, para caminar juntos tomados de la mano por calles bonaerenses, aquellas que esperan tus letras con ansias. Muchos bares nos aguardan. Muchas noches se aplazan para nosotros. Muchos sueños están listos para ser cogidos y hacerlos realidad.

20 junio 2008

Juicio perdido

Agobiada y más me sentí durante las cuatro horas que permanecí echada con la boca abierta esperando que la cirujano maxilofacial extraiga mi tercera molar, más conocida como “muela del juicio”.

Durante la pequeña intervención quirúrgica, así la llamaba ella, se me venían a la mente terribles recuerdos que se combinaban con los fuertes sonidos, sabores y olores que encontraba en aquel sillón verde donde me tenían, casi casi, atrapada.

Hace menos de un año que el dentista me informó que mi “muela del juicio”, de la parte inferior derecha, estaba atrapada en el hueso maxilar y que si no me sometía a una extracción podría tener una serie de problemas y secuelas irreparables como las infecciones, sinusitis y daño al nervio dentario inferior (nervio que da sensibilidad al labio de abajo y al mentón). Así que luego de unos meses y tantas postergaciones decidí acudir al dentista especializado. Debo decir que hoy me encuentro arrepentida de haber tomado esa decisión.

El problema con mi muela era que no tenía espacio para crecer porque había llegado, ligeramente, tarde a la repartición del hueso. Tomé valor, me dieron valor, y acá estoy, luego de tres días de la pequeña operación, con la cara hinchada y con los labios amoratados de tantos jalones que me dieron. Jamás imaginé, nisiquiera sospeché, lo doloroso, tedioso y complicado que sería extraer una muela retenida. Tres días antes de la dichosa operación debí tomar, cada ocho horas, un antibiótico bactericida y, luego, 20 minutos antes de castigarme en ese sillón me aplicaron de forma intramuscular un analgésico.

Una vez echada con la cara completamente cubierta con un trapo verde que tenía un agujero a la altura de la boca me inyectaron, tres veces, anestesia local. Pero al paso de las horas, me volvieron a aplicar tres anestesias porque el dolor que sentía era incontrolable. La cirujano maxilofacial sufría tanto o más que yo y sólo repetía que no pensó que mi tercera molar le iba a costar tanto trabajo. Derepente y de forma sorpresiva mi tierna madre se paró de donde estaba (a los pies del dichoso sillón) y le dijo a la doctora, con muy poca cortesía, ¡acaso usted no ve las placas antes de operar!. Silencio total.

La dentista especializada, quien es una mujer de la selva, sólo atinó a decirle que tenía que hacer el corte más profundo para poder sacar mi muela que estaba atrapada entre sus propias raíces. Mi madre, muy enojada del dolor que su primogénita (yo) tenía que soportar, le respondió que si eso tenía que hacer que esperaba para hacerlo si me veía ahí pateleando de dolor. Durante la última hora de operación, el dolor era insoportable provocando que mis lágrimas caigan una tras otra mientras el amor llamaba a mi celular sin encontrar respuesta.

Con ocho puntos suturaron la herida. Ocho puntos que tendrán que ser retirados en unos días. Es decir que en unos días tendré que volver a echarme en ese bendito sillón donde se combinan sonidos, sabores y olores poco agradables. Solo espero no volver a sentir esos desarmadores en mi boca queriendo destornillar todos mis dientes. Tampoco quiero ver esos alicates prendidos de mis demás muelas que nada tienen que ver con el problema de la que era la tercera molar.
No quiero ningún objeto extraño en mi boca. Nunca más.

26 enero 2008

¿Volver a empezar ?


En la vida pasan cosas que uno nunca las entiende. Hace un año éramos novios y la felicidad era siempre. Tu te alejaste y no se porque me dejaste. Nunca supe el motivo y tampoco quise imaginarlo. Otra?. No. Jamás podía pensar eso de ti aunque todos los amigos me decían que el motivo de tu abandono se llamaba Pierina. Una mocosa de apenas 18 años que te había enloquecido.

No la recuerdo, respondía cada vez que alguien me preguntaba por esa damisela. Todos nuestros amigos aseguraban que yo la conocía porque una vez, así decían, me la presentaste en el cumpleaños de nuestra buena amiga Sarita. Qué sinvergüenza, pensaba. Esa fiesta la disfrutamos al máximo porque era el último cumpleaños que Sara pasaría con nosotros pues en tres meses se iría a Italia.

Un 20 de agosto me dijiste que irías a recogerme a la universidad pero nunca llegaste. Te esperé más de una hora y nunca apareciste. Te llamé al celular y nunca más me respondiste. Te busqué en tu casa y me dijeron no saber nada de ti y que, al igual que yo, ellos también buscaban tus pasos. Pasó una semana y ni rastros de ti. Pasó un año y aun esperaba tu llegada.

Ahora cuando ya te olvidé, cuando mi vida volvió a tomar un rumbo te apareces como si nada nunca hubiera pasado. Te refugiaste en Iquitos, la ciudad que vio nacer a esa piruja con que disfrutaste todo un año de tu vida mientras que yo lloraba tu ausencia cada vez que veía caer la noche.

Pérdoname, me dices a cada momento. Pérdoname, me equivoqué pero ya estoy de vuelta, repites cada vez que te pido que te alejes. Pérdoname, pero quiero una vida junto a la tuya, ruegas cuando sabes que no tendrás ninguna oportunidad para estar a mi lado.

Sabes lo que sufrí por ti, sabes cuánto te llore, sabes acaso lo difícil que fue arrancarte de mi vida? Pues no. No lo sabes. A la semana que desapareciste llamaste a tu hermana y le pediste que me dijera que siempre me amarías pero que los “placeres del momento” te habían obligado a desistir de mi compañía. Quedarme sin ti no fue lo más duro que viví, pues lo peor vino despues. Superar que ya no estarías conmigo fue terrible. Hacerme la idea que nunca más te volvería a ver fue peor pero no imposible. Mírame ahora. Ya no sufro por tu engaño, menos por tu abandono.

El pasado es sólo un recuerdo y el futuro, mi futuro, será un anhelo. La bebé que tienes ahora entre tus brazos no tiene la culpa de nada, menos del abandono de su madre. Lloras cuando me cuentas que esa mujer que te enloqueció te dejó por irse con un cubano que llegó de turista a la selva. Ganas de abrazarte no me faltan, ganas de gritarte que te extrañé embargan mi ser pero la razón, mi razón, dice que no. Que no lo debo hacer. Todas las noches me pregunto si debo hacerle caso a mi razón o a mi corazón. Tu que crees?

La niña es linda. Tiene tus ojos, tu nariz y tus labios. Qué si pienso que pudo haber sido mia? Pues sí. Si lo pienso, pero no la es. Qué quieres formar una familia conmigo? Estás loco. Pudo haber sido. Pudimos haber sido la familia más felíz del mundo, pero no. Qué si me quiero casar contigo? Es muy tarde para pedir todas esas cosas. Es muy tarde para jurar amor. Es muy tarde tu retorno, pero nunca, nunca, será tarde para volver a empezar.

02 enero 2008

Muerte anunciada


Hace ya algunas semanas me enteré que a mi abuelo sólo le quedan seis meses de vida. Un complicadísimo cáncer al colon, al páncreas y a los riñones se lleva al patriarca de los Paz dentro de muy poco tiempo.
Lo peor de todo, o quizá lo mejor, es que él sabe toda la verdad y por ello se entregó al abandono, a la soledad y a fuertes crisis depresivas que cada día terminan por dejarlo profundamente dormido. Las pocas horas que logra conciliar el sueño sirven para que se olvide del mal que lo afecta, pero cuando despierta vuelve a vivir la misma y la peor de sus pesadillas que le toca soportar a sus avanzados 80 años.

Manuel Paz tiene la cabeza plateada, pues sus canas no son blancas. Su extrema blancura en la piel deja a la vista la gran cantidad de lunares, grandes, medianos y pequeños, que tiene en todo el cuerpo y que la gran mayoría de sus hijos heredó. Manuel Paz es un fotógrafo aficionado, nunca llevó, siquiera, un curso de manejo de cámara, pero, aun así se convirtió en el mejor y más popular fotógrafo de Barrios Altos. Por más de 50 años ha cargado una cámara de rollo en el cuello, pues en las reuniones familiares no se le pasa ni un solo detalle que a más de uno avergüenza.

No existe (o mejor dicho no existía) ni un solo fin de semana en que no lo contraten para fotografiar a una novia, a una quinceañera o a una niña cumpleañera. Sus innumerables conocidos y amigos lo llevaban a bautizos, primera comunión y hasta celebraciones en la iglesia Sagrado Corazón de Jesús, situada en pleno centro de Lima. Las monjas de aquel lugar no sólo recibieron a las miles de personas que escapaban de las llamas del gigantesco incendio de Mesa Redonda, si no que además, convirtieron a mi abuelo en su fotógrafo oficial.

Los fuertes dolores a la columna y espalda fueron el inicio de la terrible pesadilla que no sólo vive mi abuelo, sino que también, la carga mi abuelita, mi mamá, mis ocho tíos y mis más de 20 primos. La más afectada de todos, o la más débil, es mi tía Magdalena. Cuando se enteró del terrible mal echó a llorar y a culpar al abuelo de nunca querer visitar un médico a pesar de sus fatigas propias de la edad que, según ella, le anunciaban la maligna enfermedad.

Mi mamá, qué puedo decir de ella, está destrozada. Está a punto de perder a su papá y no es para menos. Mi mamá, mi fiel compañera y amiga, perdió las ganas de ayudarme con los preparativos para el bautizo y matinée de mi sobrina (en pocos días mi ahijada). Siento que la incomodaré si le pido que me acompañe a comprar el vestido para mi pequeña Mia Yamilé y es que hasta las ganas de comer las perdió. Su preocupación y tensión le han provocado un estrés que le ha causado serias alteraciones a la tiroides, según le dijeron los médicos.

Los oncólogos determinaron que el tumor que tiene mi abuelito es inoperable y que las quimioterapias son tratamientos que en su caso están demás debido a la gravedad y al avanzado estado de la enfermedad, que según los especialistas, se inició en el organismo del “viejo” hace aproximadamente siete años, sin que nadie, ni el mismo, se percate de los cambios que ésta producía. Traicionera y embustera. Así es denominada esta terrible y maligna enfermedad.

Han pasado más de 20 días desde que a todos nos anunciaron la muerte de mi abuelo.
Han pasado más de 20 días desde que a todos los Paz nos cambió la vida.
Han pasado más de 20 días desde que todos sufrimos en silencio porque mi abuelo no se puede dar cuenta que algo terrible acaba con nuestros días.
Han pasado más de 20 días y a todos se nos hace imposible iniciar los papeleos para un entierro en algún cementerio capitalino.

La nochebuena, obviamente, estuvimos con mi abuelo todos. Sus nueve hijos con sus esposas (os), sus 20 nietos y sus 10 bisnietos. Aquella inolvidable navidad 2007 mi abuelito dijo palabras muy tristes que a más de uno hizo tragarse el llanto. “Dios me está llamando y me iré con él, el 7 de enero. Ese día me esperan y yo sólo quiero que ustedes estén bien y que disfruten de la vida tanto como yo lo hice”.


* En la foto: Mi abuelo sentado, mi abuela a su lado y mis papás acompañándolos.