20 junio 2008

Juicio perdido

Agobiada y más me sentí durante las cuatro horas que permanecí echada con la boca abierta esperando que la cirujano maxilofacial extraiga mi tercera molar, más conocida como “muela del juicio”.

Durante la pequeña intervención quirúrgica, así la llamaba ella, se me venían a la mente terribles recuerdos que se combinaban con los fuertes sonidos, sabores y olores que encontraba en aquel sillón verde donde me tenían, casi casi, atrapada.

Hace menos de un año que el dentista me informó que mi “muela del juicio”, de la parte inferior derecha, estaba atrapada en el hueso maxilar y que si no me sometía a una extracción podría tener una serie de problemas y secuelas irreparables como las infecciones, sinusitis y daño al nervio dentario inferior (nervio que da sensibilidad al labio de abajo y al mentón). Así que luego de unos meses y tantas postergaciones decidí acudir al dentista especializado. Debo decir que hoy me encuentro arrepentida de haber tomado esa decisión.

El problema con mi muela era que no tenía espacio para crecer porque había llegado, ligeramente, tarde a la repartición del hueso. Tomé valor, me dieron valor, y acá estoy, luego de tres días de la pequeña operación, con la cara hinchada y con los labios amoratados de tantos jalones que me dieron. Jamás imaginé, nisiquiera sospeché, lo doloroso, tedioso y complicado que sería extraer una muela retenida. Tres días antes de la dichosa operación debí tomar, cada ocho horas, un antibiótico bactericida y, luego, 20 minutos antes de castigarme en ese sillón me aplicaron de forma intramuscular un analgésico.

Una vez echada con la cara completamente cubierta con un trapo verde que tenía un agujero a la altura de la boca me inyectaron, tres veces, anestesia local. Pero al paso de las horas, me volvieron a aplicar tres anestesias porque el dolor que sentía era incontrolable. La cirujano maxilofacial sufría tanto o más que yo y sólo repetía que no pensó que mi tercera molar le iba a costar tanto trabajo. Derepente y de forma sorpresiva mi tierna madre se paró de donde estaba (a los pies del dichoso sillón) y le dijo a la doctora, con muy poca cortesía, ¡acaso usted no ve las placas antes de operar!. Silencio total.

La dentista especializada, quien es una mujer de la selva, sólo atinó a decirle que tenía que hacer el corte más profundo para poder sacar mi muela que estaba atrapada entre sus propias raíces. Mi madre, muy enojada del dolor que su primogénita (yo) tenía que soportar, le respondió que si eso tenía que hacer que esperaba para hacerlo si me veía ahí pateleando de dolor. Durante la última hora de operación, el dolor era insoportable provocando que mis lágrimas caigan una tras otra mientras el amor llamaba a mi celular sin encontrar respuesta.

Con ocho puntos suturaron la herida. Ocho puntos que tendrán que ser retirados en unos días. Es decir que en unos días tendré que volver a echarme en ese bendito sillón donde se combinan sonidos, sabores y olores poco agradables. Solo espero no volver a sentir esos desarmadores en mi boca queriendo destornillar todos mis dientes. Tampoco quiero ver esos alicates prendidos de mis demás muelas que nada tienen que ver con el problema de la que era la tercera molar.
No quiero ningún objeto extraño en mi boca. Nunca más.

2 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Rosita !!! cuánto lo siento, imagino que fue muy doloroso pero menos mal que pasó. Cuidate mucho, te mando muchísimos besos. Y recuerda que se te quiere harto..

4 de julio de 2008, 12:33  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

12 de julio de 2008, 21:32  

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