12 agosto 2007

No olvides que te amo


Todo empezó cuando me olvidó. Andaba por la casa como un alma en pena. Se acercaba al retrato de su esposo y lo besaba con melancolía luego de decirle que muy pronto lo alcanzará, que muy pronto estará con él para que nunca más se vuelvan a separar y que, sobro todo, muy pronto, sus hijos también llegarán para siempre estar con ellos.

Ella, mi abuela Inocenta, debió nacer con el carácter dulce como el de la miel o se volvió así porque siempre saboreó de la vida. Quién sabe. Lo único que a mi me importaba es que me quería, que me adoraba y que me amaba como a nadie, pues era su nieta preferida. Siempre me guardaba los chocolates o galletas que sus hijos le traían cada vez que la llegaban a visitar. Hasta que de pronto, me negó probar uno de los bombones rellenos de fresa que tenía en sus cajones. Pasé más de tres días intentando explicarme que es lo que había pasado, que la había motivado para actuar tan duramente conmigo si yo no le había hecho nada Es más, continúe acompañándola todos los tercer sábados de cada mes a cobrar su pensión, pero ahora que lo recuerdo, ya no quería que la tome de la mano como siempre lo hacía. Ya no quería pagarme el pasaje de la combi que nos llevaba hasta ese colegio donde hacíamos inmensas colas junto a los demás adultos mayores. Eso no me importaba. Podía pagar lo que gastaba pero me indignaba su frialdad. Ella ya no era mi abuela. No se cuándo dejó de ser mi Mache, como cariñosamente la llamaba.

Fueron muchas cosas las que pasaron, las que me hicieron llorar durante varias noches, hasta tal punto que ya ni mi nombre mencionaba. Se había olvidado de mí. No lo podía creer. Si yo siempre fui su nieta favorita, al menos eso creía. De un tiempo atrás, lo único que me decía era - oye tú anda lava tus calzones que tu mamá tiene que ir a trabajar – y yo sorprendida le contestaba que ya lo había hecho y que mi mamá había dejado de trabajar hace más de 17 años. Cuando le respondía se molestaba y decía que era una pico duro por ponerme boca a boca con ella. Trataba de mil formas de explicarle que se estaba equivocando, que había olvidado algunos pasajes de su vida, pero mis esfuerzos eran inútiles. No había nada más que hacer. Los médicos confirmaron que mi abuela padecía del irremediable mal del alzheimer.

Ha vivido 80 años. Los últimos cinco sin saber que vive. Sin saber con quién está o con quién conversa. Sin saber quien le pone o le quita el pañal, pues hasta de sus necesidades fisiológicas se olvidó. Ya no me recuerda. Extraño esas caminatas que solíamos hacer durante cada atardecer de verano. Extraño su rica carapulcra con sopa seca que preparaba cada vez que le decía que me había provocado. Extraño ir al mercado con ella y escucharla pelear con las vendedoras que la intentaban engañar con alguna moneda falsa o con alguna papa picada.


Es un placentero dolor de cabeza vivir con ella. Con sus ocurrencias me hace reír. Carcajeo hasta más no poder cada vez que me pide permiso para ir a una fiesta con sus amigas del colegio, pues me confunde en el tiempo y piensa que soy su mamá. Todas las noches me pide que la lleve a su casa, que su papá la castigará si llega tarde. Y es que no se acuerda que vive conmigo, que duerme a mi lado y que la arropo para que el frío no le provoque intensos calambres.

Así es ella. Nada lúcida. Poco amable y hasta malcriada y agresiva algunas veces. Está volviendo a vivir una niñez, mejor dicho, estamos viviendo una niñez con ella. Cosa que no me preocupa y menos me asusta. Ella lavó mis pañales, me preparó el biberón y cuidó de mí cuando mi mamá tuvo que ser internada por más de cuatro meses en el hospital. Ahora, a mis 23 años me toca cuidar de ella, me toca decirle lo mucho que la quiero a pesar de que no sepa quién soy, a pesar de que a veces me diga que me largue de la casa porque sólo estorbo.

No se cuánto tiempo más viviré, o ella vivirá a mi lado. Lo único que deseo es hacerla feliz y yo ser feliz con ella. No me importa que ya no me reconozca, que no sepa mi nombre, que no me invite galletas. Sólo quiero que sea feliz porque yo a su lado lo soy.

1 comentarios:

Blogger JRodriguezD ha dicho...

Me encantó tu post. Está hermoso, y lleno de ternura; sobretodo cuando cuentas que a veces tu abuela te pide permiso para ir a una fiesta... dentro del problema de la enfermedad, igual siempre hay algo que quita una sonrisa.

Te seguiré leyendo. Chau.

4 de diciembre de 2007, 8:13  

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