11 septiembre 2007

Un 15 de agosto


Me preparaba para encontrarme con un buen amigo para ir al cine. Mis cosas estaban listas y todas mis notas ya habían sido revisadas por mi editor, así que podía irme tranquila. De pronto escuché que alguien gritó temblor !!! y cuando volteé todos salían despavoridos de la redacción. Mi tranquilidad ante los temblores quedó una vez más demostrada y es que lo primero que hice fue coger mi celular, que lo estaba olvidando, y acercarme a Maribel Figueroa, una redactora de judiciales, que estaba bajo una columna en completo estado de shock. Sus lágrimas reflejaban su miedo a morir aplastada por una de las paredes que se estaban desmoronando. Mis palabras parecía no escucharlas pues lo único que decía era: Rosa no para, no para.

No se en qué momento apareció mi buena amiga Rocío Mendoza para juntas hacer, a la fuerza, bajar a Maribel al primer piso y es que el terremoto lo vivimos en el segundo. Una vez en el patio de la empresa, intenté miles de veces comunicarme con mi mamá, con mi papá, con mis hermanos y nada pues el grandioso y moderno sistema de telefonía que tenemos había colapsado.

Todo sucedió en tan sólo dos minutos. Pasó la sacudida y volvimos a nuestros sitios. Los jefes desesperados no sólo por comunicarse con su familia sino porque también la edición para el jueves 16 de agosto tenía que cambiar. Obviamente, (mil disculpas querido Raúl) no me acordaba de mi “cita” sólo me interesaba saber de mi familia.

Después de tres horas logré comunicarme con mi mamá, quien estaba reasustada porque el epicentro había sido en la costa sur y mi abuelita, la que padece del mal de alzheimer, se encontraba en Chincha junto a una de sus hijas.

Luego de eso sonó mi celular y era mi papá que desesperado me preguntaba donde estaba y si había hablado con mi mamá o con mis hermanos, porque según me decía en medio de su desesperación, él no había logrado comunicarse con nadie. Cuando le dije que en Chincha había sido terremoto el fuerte movimiento que sentimos entró en casi casi un estado de coma. ¡Dios mío, mi mamá!, fue lo primero que lo escuché decir segundos antes que me dijera que no me mueva del trabajo que él me iría a recoger para irnos juntos a casa. No tardó ni 5 minutos en llegar, pues cuando lo vi parado en la puerta del diario donde laboro pensé que le había robado a Superman su poder de volar.

La impotencia de no saber nada de mis hermanos hizo que salga rápido del diario sin percatarme que debí haber preguntado a mi jefe si es que necesitaba de mi ayuda. Pero, para ser franca, quise obviarlo y hacerme la loca para llegar rápido hasta mi casa que queda un poco lejos de donde trabajo. Me encontré con mi papá y abordamos el primer taxi que se nos cruzó sin preguntarle cuanto nos cobraría por llevarnos, la primera reacción del taxista fue decir: Señor son cerca de 50 kilómetros que debo manejar… sin refutarle le dijimos que nos cobre lo que sea pero que vaya excesivamente veloz. Todo el camino intentaba comunicarme con mi hermana y nada, la red telefónica seguía sin funcionar. Mi hermano ya no era preocupación porque ya se había comunicado con mi mamá… pero ella, la arrebatada y mística de mi hermana continuaba desaparecida.

Cuando llegamos a casa la encontramos de lo más tranquila viendo televisión y cuando le preguntamos porque no nos había llamado sólo nos dijo que no deberíamos preocuparnos que ya estaba ahí con nosotros y que nada le había pasado.

Saber que toda mi familia estaba bien me tranquilizó mucho, pero, la preocupación por mi familia que vivía en Chincha se acrecentaba cada minuto que pasaba ya que no había ni una sola señal de ellos.

Al día siguiente, casi de madrugada, recibía una llamada de mi jefe que me decía: Rosa prepárate que te vas a Chincha, Pisco e Ica… y no sabemos por cuánto tiempo…

* Foto : Luis Gonzáles