22 septiembre 2007

Mi Payaso


Juro que no fue mi intención dejar que caigas. Jamás desee provocarte esos horribles arañones que llevas sobre tu débil cuerpo, menos aun, desfigurarte el rostro y dejarlo tan maltratado como esta tarde luce. Nunca quise que te amputaran tres dedos de la mano izquierda, y es que en ese momento no pude detener a “Boby” quien con tanta velocidad corrió hacia ti para arrancarte los huesos a puros mordiscones.

No vi sangre, pero si mucha pena y dolor reflejada en tu tierno rostro.

Permaneciste conmigo cada instante de mi vida. Te quedaste a mi lado cuando mi soledad necesitaba compañía. Lamentablemente no te cuidé como debí, permití que en más de una oportunidad seas humillado con la indiferencia pero lo peor fue cuando mi madre te desnudó y tuviste que quedar así por tres días hasta que tus viejas ropas secaran en el cordel, pues nadie, ni yo que tanto te quería, te había comprado alguna otra prenda de vestir. Sólo tenías una, con la que habías llegado a mi vida. Nunca me pediste ropa nueva, se te veía tan contento con ese pantalón azul eléctrico y tu llamativo polo color rojo que siempre creí que así eras feliz.

Qué equivocada estaba. Ahora, recién me doy cuenta que tu necesitabas ser tan querido como yo. Que un solo abrazo te devolvía a la verdadera vida. Recuerdo mucho aquel sombrero de cuero que casi casi estaba impregnado a tu cabeza, pues jamás vi volar tus cabellos a pesar que los fuertes vientos golpeaban nuestros cuerpos cada vez que caminábamos por la arena de la playa. Como aquella tarde que la vida nos separó para siempre.

Estábamos echados en la arena esperando que venga la caída del sol, pero lo que vino fue una ola gigante que te alejó de mi vida para siempre. Intenté buscarte pero todo fue inútil. No se en qué momento la fuerza del mar te arrastró, hasta quién sabe dónde. Nunca pude entender que era verdad que el mar se tragaba a la gente, que quizá y nunca te devolvía porque ibas a parar a otro continente o porque fácilmente te convertías en presa de tiburones y peces gigantes.

Nunca más te volví a ver. Nunca más supe de ti. Nunca más me acompañaste en mis travesuras y nunca más volveré a saber de ti mi querido Payasín. Fuiste mi compañero durante mi niñez y es que a un muñeco como tú jamás podré olvidar. Todo el daño físico que te hice fue porque apenas tenía 5 años y, como toda niña, quería jugar a la doctora así que en un momento de locura y sueños decidí operarte con una tijera que traje, a escondidas, de mi aula de inicial.